Banshees y burros: búsqueda de sentido en Inisherin

“- ¿Crees que a Dios le importan una mierda las burras enanas?

– No, no le importan. Y me temo que a partir de ahí todo va mal”.

En un pueblecito irlandés, dos hombres suelen sentarse a beber cerveza y a pasar los días juntos. Sin embargo, y sin que haya razón aparente, uno de ellos se harta de un día para otro, y decide que no quiere tener que aguantar más a su amigo. Esta premisa, tan aparentemente sencilla, es la base de Almas en pena de Inisherin, la que es a mi juicio (junto a Asteroid City) una de las películas más interesantes del año.

Martin McDonagh no necesita muchos elementos para construir su fábula existencial sobre la amistad y el miedo a la muerte. Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell) es un hombre tierno y amable -salvo cuando se emborracha-, pero algo aburrido. Lo que más le importa en esta vida son su hermana Siobhán, lectora empedernida -a la que tampoco tiene demasiado en cuenta, todo hay que decirlo-, y sus animales, en especial la burrita Jenny. Bueno, ellos, y la amistad que acaba de quebrarse…

Su mejor amigo, Colm Doherty (Brendan Gleeson), tiene otras preocupaciones más elevadas: componer música, tocar su violín, la poesía… Siente que el tiempo se le escapa como arena entre los dedos. Esos dedos que ha decidido cortarse, uno a uno, si su amigo no le deja en paz de una vez por todas. Colm quiere dejar un legado que los demás puedan recordar cuando, más pronto que tarde, su corazón deje de latir. Por eso siente que Pádraic es un estorbo que no hace más que robarle tiempo: un incordio que le impide ocuparse más intensamente de aquello a lo que se quiere dedicar mientras esté vivo: el arte.

El director, Martin McDonagh, es también autor teatral, y es el cineasta responsable de películas como Escondidos en Brujas, que tiene a los mismos actores protagonistas (Farrell y Gleeson); o de ‘Tres anuncios en las afueras’. Es hermano pequeño de John Michael McDonagh, con el que reconozco que alguna vez lo he confundido: John Michael es el director de El irlandés (The Guard, no la de Scorsese) o de Calvario, una película estupenda sobre un sacerdote viudo que vive en un pequeño pueblo y al que un día alguien le dice en el confesionario que en una semana va a matarle. Los hermanos McDonagh tienen en común haber nacido en Inglaterra, pero de padres irlandeses, y sentirse más de Irlanda que de Reino Unido. De hecho ambientan  en el país celta muchas de sus ficciones. También les preocupan unos temas similares, como la angustia y el vacío existencial, la capacidad de trascender, la importancia de hacer lo correcto o cómo superar el miedo a la muerte.  Y lo abordan de una forma parecida: a través del humor negro y la mala baba, fundamentalmente en forma de tragicomedia.

Almas en pena de Inisherin también tiene humor negro, pero no muy cargado. Es más bien un cuento bonito, tierno y triste. Se ambienta además durante los años de la Guerra Civil en Irlanda. De hecho, los protagonistas, que viven en una islita frente a la gran isla de Irlanda, escuchan de vez en cuando tiros provenientes de la isla grande, que tienen muy próxima. Uno de los personajes tiene que ir para allá en un momento determinado a hacer de verdugo, y no sabe muy bien a qué bando pertenecen las personas a las que va a ajusticiar. Pero tampoco le importa mucho.

Sin embargo, la guerra solo tiene importancia en la película como telón de fondo, o incluso como reflejo deformado de las preocupaciones de los protagonistas. Las cuestiones esenciales de Almas en pena de Inisherin nos quedan mucho más cerca. ¿Es mejor hacer algo con nuestras vidas o ser simplemente buenos y amables? ¿Tenemos derecho a ser duros con los demás si creemos tener razón? ¿Puede un propósito noble convertirnos en malas personas? ¿Cómo aceptamos que alguien que nos quiere puede querer no vernos más?

Al principio de la película la incomprensión de Pádraic nos da pena. Está atónito, no da crédito a que, sin una discusión de por medio, su mejor amigo se haya hartado de él. Pero nos decimos: “Déjale en paz. No quiere verte. Por duro que sea, respétalo. Sigue viviendo tu vida”. Podemos además entender un poco a Colm. Incluso los más sociables de nosotros sabemos que es importante sacar tiempo para uno mismo, respetarse los tiempos de descanso. Y quienes además tenemos inquietudes artísticas o creativas sabemos que muy probablemente avanzará más con su libro, por ejemplo, aquel que saca tiempo para escribir a diario que aquel que por planes y compromisos puede tan solo una vez a la semana.

Sin embargo, poco a poco Colm se muestra cada vez más cruel y mezquino. Y, como le pasa a Pádraic, no entendemos que sea capaz de sentarse a beber cerveza con un policía que pega palizas brutales a su hijo. ¿Merece más la pena pasar el tiempo con gente mala, pero interesante, que con alguien bueno y aburrido? Tampoco entendemos muy bien que el único momento en que Pádraic le cae bien de nuevo es cuando le planta cara estando completamente borracho. Cuando por fin muestra algo de carácter. “Casi me vuelve a caer bien”.

Mientras tanto, Siobhán (Kerry Condon), la hermana del protagonista, intenta animar a Pádraic. Primero, procura arreglar las cosas con Colm. Cuando ve que no es posible, convence a Pádraic de que es un hombre bueno y de esa dolorosa ruptura no tiene que ver con él, sino únicamente con Colm. No es culpa suya. Siobhán busca que su hermano deje de estar obsesionado su antiguo amigo. La vida a veces no tiene respuestas claras. O sí, y duelen porque son terriblemente simples, pero no las entendemos, no nos parecen justas.

A Pádraic le preocupa que Colm esté deprimido. Y probablemente tenga razón, las señales están ahí: Colm está dispuesto a llegar a la automutilación, el cura le pregunta en el confesionario si ha desaparecido la desesperación, y él mismo dice frases como “a veces me preocupa que esto sea tan solo un entretenimiento mientras pospongo lo inevitable”. La música, la creación artística, es la solución temporal que ha encontrado para disipar el miedo a la muerte. Él sabe que no será Beethoven. Y probablemente sepa también que está deprimido. Pero eso no les da derecho a los demás a meterse en su vida en contra de su voluntad. Colm busca la paz y solo quiere que le dejen en paz. Sabe que en la vida son más importantes los hechos, y el respeto a los demás, que las buenas intenciones.

Siobhán es la persona más culta del pueblo. De hecho, mete un poco de caña a Colm en uno de sus ataques de intensidad artística: “¿Sabes a quién recordamos por su amabilidad en el siglo XVII? A absolutamente nadie, pero todos sabemos quién fue Mozart”, dice Colm. “Mozart era del siglo XVIII, no del XVII”, responde Siobhán. Una mujer a la que nadie tiene demasiado en cuenta, encerrada en un pueblo que no le da más que amarguras, preocupada porque sabe que si se marcha de allí algún día romperá el corazón de su hermano. “Sois todos un puto aburrimiento, con vuestros míseros agravios por nada”. ¿Tendrá valor para cambiar las cosas?

La decisión que tiene que tomar Siobhán, aunque se muestre ahora alejada de las inquietudes propias del mundo del arte, retoma la pregunta central de la película: ¿es mejor ser bueno y amable, estar siempre para los demás, o intentar ser feliz? Almas en pena de Inisherin no parece dejar lugar para soluciones intermedias, para buscar equilibrios. Si queremos dar un giro brusco a nuestra vida para saldar la deuda que tenemos con nosotros mismos siempre habrá víctimas y daños colaterales. Qué menos que un poco de ternura por el camino.

El título original de la película, The Banshees of Inisherin, hace referencia a las banshees, una criatura de la mitología celta, con forma de mujer, que se aparecía chillando y presagiaba alguna muerte. Y hay una anciana en el pueblo que hace las veces de banshee: “La muerte hará una visita a Inisherin antes de que acabe el mes. Puede que incluso haya dos”. El filme merece la pena verlo en versión original, ya sea por disfrutar de los acentazos irlandeses o por no perdernos esta conversación entre Pádraic y Colm que, para que tenga algo de sentido, cambia bastante en la versión doblada:

“- ¿Cómo se llama (la canción que ha compuesto)?

– ‘Las banshees de Inisherin’, quería ponerle.

– Pero no hay banshees en Inisherin.

– Lo sé, pero me gusta que se repita el sonido ‘sh’.

– Hay un montón de ‘sh’ en Inisherin.

– Bueno. Y puede que haya banshees en Inisherin también. Pero creo que ya no van chillando para presagiar la muerte. Creo que se sientan, observan y se divierten”.

La profecía de la banshee -que viene seguida de una de las escenas más hermosas de la película, aquella en la que los protagonistas no pueden dormir- aumenta todavía más la tensión de la película, esa que había crecido poco a poco desde la anécdota inicial, y a la que contribuye la violencia que interrumpe de vez en cuando el relato. El joven Dominic (Barry Keoghan) es sin duda otro personaje interesante. Está considerado el tonto del pueblo, un completo imbécil, y además es un bocazas, pero tiene más cultura de la que en principio parece. Salvo Siobhán y Pádraic, la gente asume con naturalidad que su padre, agente de policía, abuse de él. Dominic resulta ser más tierno y amable que ningún otro personaje del pueblo: capaz de una emotiva, aunque torpe, confesión de amor, o de enfadarse con Pádraic cuando siente que este, con tal de recuperar a su antiguo amigo, es capaz de volverse un capullo.

Hay algo que une a los dos antiguos amigos más de lo que a ellos mismos les gustaría reconocer: Pádraic tiene a su burrita Jenny, y Colm tiene a su perro, un border collie listo y bonachón. Ese mismo perro que se lleva con la boca las tijeras de podar para evitar la tentación de que su amo se corte los dedos. Pádraic sabe que el perro de su Colm “es lo único bueno que (él) tiene”, y no se equivoca, porque el animal representa esa combinación entre inteligencia y ternura que tanto le gustaba de su amigo. Es posible que Colm también vea algo de Pádraic en esa burrita que siempre lo acompaña. Los protagonistas, sobre todo los hombres, son incapaces de contar lo que les pasa, les incomoda hablar de la soledad o del miedo. Parece que solo pueden expresar emociones a través de la música o del alcohol. Y solo se permiten ser tiernos con sus mascotas.

El final de la película está abierto a interpretaciones, pero dice mucho de lo importante que es el respeto en una relación (también a uno mismo), de la importancia de poner límites y de cómo el amor sin respeto vale de poco. También es una crítica a una forma de relacionarse (especialmente masculina) que pasa por mostrar carácter y dar un golpe sobre la mesa de vez en cuando, porque a veces no se hace más caso a quien tiene la razón sino a quien la reclama.

Cuando terminé de ver la película pensaba que la clave estaba precisamente en la personalidad que demuestra Pádraic al final, pero no hay que subestimar el papel de la empatía, de esa ternura que vuelve a Colm, precisamente, gracias a los animales. Los amigos no dejarán de serlo, aunque su relación haya cambiado para siempre. Y nosotros, tal y como vinimos, nos alejamos de esta fábula en Inisherin, de sus paisajes verdes de ensueño, de sus cruces celtas, de sus atardeceres. Nos alejamos de ese ambiente de cuento al que también contribuye la maravillosa banda a la que contribuye, incluso, algún tema que tocan en directo en el pub. Nos vamos, flotando, y sin hacer mucho ruido, como una banshee que sobrevuela Irlanda después de contemplar la muerte de dos almas inocentes mientras existe la posibilidad de que haya dos espíritus que, mediante un camino tortuoso, hayan encontrado algo de paz y de equilibrio que les permita tener una vida cargada de sentido sin que renuncien del todo a ser amables.

Sergio Diez