Las noches de Jesús Quintero con Antonio Gala

El ‘primer pódcast’ sobre el amor, la belleza y la muerte cumple treinta años

YouTube es un estercolero que recluta soldados de fortuna, una chatarrería de tres al cuarto, un cementerio de elefantes, una invitación al síndrome de Diógenes. Pero también es un lugar maravilloso, lleno de posibilidades, en el que se pueden encontrar joyas: canales de divulgación o de entretenimiento, montajes sobre tus personajes favoritos de series y libros, y hasta programas de televisión antiguos que nos ayudan a comprendernos mejor a nosotros mismos.

Aunque resulte paradójico, en YouTube se consume también mucho contenido centrado en la oralidad y en la palabra. Durante este último año, mis amigos y yo hemos tirado de pódcast también en esta plataforma. Hay muchos y muy buenos, y por aquí me gustaría recomendar uno que no es reciente: de hecho, cumple treinta años este 2021. Se llama Trece noches, y se le podría considerar una especie de protopódcast, un pódcast primigenio.

En 1991, el periodista Jesús Quintero organizó en Canal Sur, la televisión autonómica andaluza, una serie de entrevistas al escritor Antonio Gala. Cada una de esas veladas estaban dedicadas a un tema que ellos consideraban relevante. Entre otros, el amor, la muerte, la religión, el sentido de la vida o el arte y la belleza. La puesta en escena del programa es intimista y sencilla, y no pierde prácticamente fuerza si te lo pones de fondo mientras cocinas, planchas o recoges tu casa, sin prestar atención a las imágenes.

La principal característica de Trece noches no es solo el grado de intimidad que Quintero logra con Gala, algo habitual en el presentador, sino la gran química que existe entre los dos. Quintero dispara, una tras otra, preguntas profundas, polémicas a veces, incómodas otras; mientras, Gala responde casi sin pensárselo, con un gran dominio de la palabra, que siempre usa de forma precisa. Seductor sin ser zalamero, sincero y divertido sin cinismo, triste sin caer en la desesperación. Gala es poeta, dramaturgo y novelista, todo a la vez y a tiempo completo, y eso se nota en cada una de sus intervenciones: se guía por la inteligencia, pero se mueve desde el sentimiento. No tiene miedo a parecer cursi.

Sobre el amor propio, el escritor reconoce que él, más que quererse, se respeta: “soy como un padre para mí”. Y ante la pregunta de si cree en un amor para toda la vida, Gala responde, con cierta tristeza, que para la vida de otros, puede; pero que para la suya, ya no. En cualquier caso, el escritor se define en la práctica como un monógamo sucesivo, y reprocha cariñosamente a Quintero que crea que se puede amar a varias personas al mismo tiempo, considerándolo de mal gusto y, sobre todo, innecesario.

Gala reconoce que él, como todo el mundo, cuando se enamora se pone insoportable, se siente “sumamente mal”. Y da la que es, a mi juicio, una de las definiciones más hermosas sobre cómo funciona el amor: «El amor es siempre, del todo y eterno: porque obra -otra vez el latín- sub specie aeternitatis, como si fuera a ser eterno. La máxima, dolorosa o no, es real: el amor, mientras dura, es eterno. Y aunque dure muchísimo, es siempre fugitivo».

Sobre la felicidad, Gala dice lo siguiente: “Yo hace tiempo que no la busco. Me pasa como con el amor. Supongo que si el amor tiene que volver otra vez a mi vida, tocará a mi puerta. No se puede andar por las esquinas buscando el amor. Eso no conduce a nada. No conduce más que al insomnio y a la resaca. La felicidad vendrá si tiene que venir, y si no, que la zurzan, porque tampoco es imprescindible. Para mí ya es imprescindible otra cosa, que es la serenidad”.

¿Y qué es para Gala la serenidad? El poeta también tiene respuesta para eso: “(…) es sentirse como una pequeña tesela de un gran mosaico: prescindible, mínima, confusa, pero en su sitio. Formando parte de una cosa muy grande que no sabemos exactamente lo que es, pero dando el perfil que se nos exige dar, el color que estaba previsto”.

Es fácil pensar que algunos de los comentarios de esas entrevistas han resistido mal el paso del tiempo (aunque, desde luego, han envejecido mejor que prácticamente cualquier otro programa de televisión de hace treinta años). Se podrá no estar de acuerdo con algunas de las interpretaciones históricas del pasado de Andalucía, por ejemplo, quizá demasiado románticas e idealizadas. Se pueden compartir o no algunas ideas de Gala, cercanas al movimiento ecologista -y bastante avanzadas a su tiempo-, sobre el decrecimiento económico como forma de lograr un mayor bienestar y desarrollo. O puede que nos sorprenda el misticismo del escritor cuando Quintero comenta que ha visto alguna vez al poeta rezar a la luna, a lo que Gala responde: “Yo también le he visto a usted hacer muchas cosas y no las voy comentando por aquí”.

Discrepar entra dentro de las reglas del juego que proponen: no estamos ante un sermón, sino ante un diálogo que te obliga a conversar continuamente contigo mismo, a plantearte qué responderías tú ante cada una de las intervenciones. El periodista y el escritor son dos buenos amigos, inteligentes y reflexivos, conscientes de sus diferencias, que nos dejan participar en una conversación sobre algunos de los temas fundamentales de la filosofía, esos a los que en ocasiones no nos asomamos o por miedo o por la propia urgencia de la vida.

A día de hoy, los dos siguen sentados a la espera de que tengamos un hueco libre para detenernos en un recodo del camino, a pensar sobre el amor, la belleza y la muerte, con la esperanza de ayudarnos a ver algún sentido a las cosas en un momento como el de ahora, en el que todo se resquebraja. Y quizá después de escuchar a Quintero y a Gala lleguemos a encontrar nuestras propias respuestas al enigma de la vida, aunque estas sean siempre provisionales.

Sergio Diez