Héctor García Barnés, autor de ‘Futurofobia’: “El multiverso nos descarga del peso de la responsabilidad”

¿Por qué nos atraen tanto las distopías, los apocalipsis zombis y el colapso? ¿De verdad el ser humano es tan horrible como pensamos? El periodista desmonta en su libro el prestigio del pesimismo y las trampas de la nostalgia, y nos llama a confiar algo más en nuestro propio futuro

Héctor García Barnés trabaja en El Confidencial desde hace más de diez años. Publicó en 2022 un libro titulado Futurofobia, que analiza por qué vivimos constantemente con la sensación de que no hay futuro bueno posible. El pesimismo del presente continuo, ese en el que está un poco feo hablarle de tus proyectos a los demás, básicamente porque parecerás un iluso que no sabe que la vida tiene para ti otros planes. Futurofobia es pensar que los seres humanos solo somos mediocres y mezquinos, cuando a veces podemos ser mucho mejores. En definitiva, es creer que no hay esperanza para ninguno de nosotros, lo que nos hace caer en una nostalgia continua y en una idealización del pasado tramposa.

Su ensayo tiene un estilo claro y directo, y explica nuestro momento presente a través de distintas perspectivas: las series que vemos, nuestros ídolos musicales, los sitios en los que vivimos, la migración interior hacia ciudades como Madrid o Barcelona. Futurofobia también analiza el conflicto generacional entre la generación del baby boom, los millenials y los zeta.

Describe con especial detalle las vidas de aquellos que salieron al mercado laboral con la crisis del 2008 estallándoles en la cara. Pero ojo, que su visión tiene mucho de autocrítica. El libro reconoce que su generación lo ha pasado mal, pero llama a espabilar y a tirar para adelante. Héctor y yo nos tomamos un café y unas tostadas en un lugar que bien podría ser un Vips de otro punto del multiverso, mucho más señorial, pero que en realidad es la nueva cafetería Santander de Madrid, junto a la plaza de Alonso Martínez.

El desencanto con la vida, descubrir que no es exactamente como se la espera, ¿no es algo que le pasa a todas las generaciones? Un poco el “Que va la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde” de Gil de Biedma. ¿O ha tenido unas características un poco especiales con la generación criada en los noventa?

Creo que seguramente sí que hay muchas cosas comunes en todas las generaciones. Pero en el libro intentaba describir un ánimo generalizado, no centrarme solo en una. De hecho, hay una ambigüedad buscada en el título, en la cual hablo de “una generación atrapada entre la nostalgia y el apocalipsis”, pero no digo cuál es.

Lo que sí creo que es especial en esta época es un poco de lo que va el libro: la incapacidad de tener una idea más clara de lo que puede ser tu futuro, o de negociar con ese futuro según cómo quieres que sea. Que tiene sus cosas negativas, como la inseguridad o la falta de identidad, pero también buenas, como que ser o inventarte a ti mismo según cómo quieras ser, o ser distintos ‘tús’ a lo largo de tu vida.

¿Crees que quienes se criaron en los noventa vivieron un exceso de optimismo o de expectativas sobre su futuro? ¿Un discurso un poco irreal que olvidaba las dificultades habituales de la vida?

Sí que podrías llamarlo optimismo. Son unos años en los que se va gestando la burbuja inmobiliaria, y hay que tener en cuenta la evolución ya no solo de occidente, sino la propia de España, que es un país que había salido en apenas dos décadas de una dictadura, de un atraso brutal y pasa a formar parte de la Unión Europea, con las olimpiadas y toda esa gran carga simbólica. Todo ese boom económico, social. Muchos hijos de personas que no fueron a la universidad en su día pudieron hacerlo entonces.

Toda esa generación se crio con unas expectativas supertrofiadas, y luego la realidad siempre vuelve un poco a la media, que fue el golpe que recibió sobre todo mi generación, que tengo treinta y siete años. Yo salí al mercado laboral en el 2008, que fue el año de la crisis. Te das cuenta de que al final hay que negociar y que luchar cada día.

«El pesimismo reinante te hace que aunque tú estés mal no te muevas, porque piensas que cualquier otra posibilidad puede ser peor»

Un ejemplo que pones en el libro sobre la ‘futurofobia’ en el día a día, a pequeña escala, es el de alguien que está fastidiado en el trabajo, y que la gente de su entorno, con buena intención, le dice: «no dejes el trabajo, que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer».

Al final lo que intentaba contar es que el pesimismo reinante te hace que aunque tú estés mal no te muevas, porque piensas que cualquier otra posibilidad puede ser peor, por ejemplo. Eso ocurre en el trabajo o en muchas cuestiones. Muchas veces ni siquiera tiene por qué ser cambiar a algo mejor, sino distinto, que es un poco de lo que se trata, de buscar distintos caminos. También las ideas de lo que es mejor o peor en un momento determinado van cambiando, de lo que necesitamos o de lo que queremos. Yo soy un tipo bastante conservador en ese sentido, que me da miedo el cambio, y muchas veces no es buscar algo mejor, sino buscar algo que tenga sentido.

Uno de los fragmentos que más interesa del libro es el análisis del espíritu de algunas de las series y películas más populares, ya sea el “Ninguna acción noble, pero estúpida, queda sin castigo” de Juego de tronos, o las series postapocalípticas, como The Walking Dead o The Last Of Us. ¿Qué crees que es lo que más nos atrae de esas ficciones?

Yo creo que hay dos tendencias. Una de ellas es la creencia de que ‘lo realista’ es ‘lo pesimista’. Que, por ejemplo, es lo que presenta Juego de tronos: ese mundo despiadado, esa imagen que tenemos más o menos de la Edad Media, en la cual cualquier persona puede morir en cualquier momento, o elevándolo un poco más, cualquier hecho terrible puede ocurrir en cualquier instante. Esa idea, que está muy ligada también a nuestra incertidumbre, a la sorpresa, a la ausencia un poco de sentido del mundo. Está en Juego de tronos, en Breaking Bad, en Mad Men. Es muy común a todas las ficciones.

Y luego está el hecho concreto de las ficciones apocalípticas, como The Last Of Us, que yo creo que nos proporcionan irónicamente un cierto confort. A lo mejor lo que debería hacerte es perturbarte, porque te plantea la posibilidad del fin de la vida humana. Pero nos hace pensar, en un mundo destruido, ¿qué relaciones podemos encontrar? Por eso creo que refleja tan bien el espíritu de la época: en un mundo incierto, en el que no sabes qué va a ser de ti, ¿qué clase de relaciones puedes mantener con los que te rodean?

Mencionas en el libro lo que nos cuesta imaginar utopías o futuros mejores. Y analizas cómo, cada vez que se propone algo que se sale de la norma, hay una reacción muy fuerte, un “eso es impensable, eso va a llevar al desastre”. Y luego, si sale adelante, se acepta y se normaliza muchas veces. Tengo curiosidad: si tú pudieras decir alguna medida que parezca ahora mismo muy idealista o utópica, pero que nos podría llevar a un futuro mejor, ¿cuál sería? Te pongo un ejemplo, que no tienes por qué compartir en absoluto: la renta básica universal.

Bueno, al final es ir poniendo sobre la mesa medidas para ir moviendo un poco el marco. La renta básica es muy interesante, tuvo su momento de boom, y luego parece que ha perdido fuerza, porque medidas como el ingreso mínimo la han venido luego medio a sustituir, y es verdad que no es una medida distributiva. La herencia universal es interesante, y también muy polémica, eso de que todo el mundo reciba un dinero al cumplir los dieciocho. Me hace gracia: no sé si es la mejor, pero por lo menos son medidas que llevan a un cierto replanteamiento. Los sueldos máximos, en comparación los salarios mínimos, que hablaba ayer con una amiga. La reducción de las jornadas laborales… Aunque luego todas estas cuestiones son un poco espinosas, porque muchas veces los que se pueden beneficiar de esas medidas son los mismos.

«Somos la generación más coñazo de la historia, y cuando seamos mayores vamos a serlo mucho más»

En ‘Futurofobia’ eres muy crítico con la idea de conflicto generacional, que consideras que tiene mucho de distracción, de cortina de humo. ¿Crees que, de todas formas, de ese reproche puede haber salido algo constructivo, de todo lo que se ha echado en cara a la generación anterior?

Creo que somos la generación más coñazo de la historia, y que cuando seamos mayores vamos a serlo mucho más. Y me refiero más a la mía, concretamente, que a la tuya (29 años), que creo que la vuestra tiene otros matices. Nosotros nos hemos criado con un discurso hasta cierto punto victimista: somos las víctimas de las expectativas de nuestros padres, etcétera, etcétera. Y que eso parece que nos ha servido como de pasaporte, de justificación para todo. A nivel político, el 15-M y la aparición de Podemos partió un poco de eso, de la generación de la Transición frente al “Hemos sido engañados”.

Pero esas reivindicaciones del “Hicimos todo lo que se nos pidió y no conseguimos lo que nos habían prometido a cambio”, que se suelen asociar a movimientos de izquierdas, ¿no crees que tienen un puntito de “Qué hay de lo mío”, que son un poco elitistas o clasistas? Parece que legitiman que, si te va bien ya a ti, que has estudiado mucho, al resto de la gente le puede ir mal.

Sí, al final nos criamos en ese marco que era también un poco competitivo, un poco de hijos únicos y de “dame lo mío”, y que era muy individualista también. «Yo he hecho todo lo que dijiste, y no lo he conseguido», cuando a lo mejor lo que había que haber hecho es reescribir un poco el relato de lo que querías, necesitabas, etcétera, etcétera. Que muchas veces hemos aceptado el relato de nuestros padres de lo que venía siendo una vida buena.

Y al mismo tiempo, por ejemplo, eso se nota bastante en cierto clasismo de muchas de las historias que aparecían en la época de la crisis: el «tengo 800 carreras y cobro menos que una cajera del Mercadona». Ya ha habido una crítica a ese discurso, pero en su día había miles de artículos sobre esta idea y arrasaban porque tocaban ese punto del subconsciente de “tú que has estudiado no sé cuánto” y “no lo has conseguido”. Tocaba ese punto sensible que nos devolvía a esa promesa de los años noventa.

Por muy preparadas que estén las nuevas generaciones, ¿crees que vivirán también procesos parecidos de desencanto y choque con la realidad?

Yo creo que no tanto porque vienen más vacunadas. Como decíamos al principio, cada generación vive sus procesos de desencanto con cuestiones concretas. La suya a lo mejor es con las relaciones personales, no lo sé. También creo que la generación Z está mucho más avanzada que la mía en muchos sentidos. Creo que mi generación se quedó atrás muy rápidamente, y ves la gente más joven, o incluso tu generación, y son mucho más maduros en otros momentos. Nosotros somos una generación casi de niños grandes en muchos sentidos porque no esperábamos esto.

«Es un mito considerar que las generaciones anteriores maduraban muy rápidamente y que eran completamente adultos a los veinte, porque tienen muchos problemas, por ejemplo, a la hora de comunicar sus emociones o de relacionarse»

Respecto a lo que decías de ser adulto, comentas en el libro que siempre ha consistido, en gran medida, en improvisar, sobrevivir e ir tirando. ¿Pero crees que ahora de verdad tu generación es menos adulta, o que simplemente disimula peor?

He pensado mucho en eso últimamente: somos infantiles en muchos sentidos y maduros en otros. Hay un mito que es considerar que las generaciones anteriores maduraban muy rápidamente y ya eran completamente adultos a los veinte, que creo que no es real, porque las generaciones anteriores tienen muchos problemas, por ejemplo, a la hora de comunicar sus emociones, de relacionarse… Hay muchos tabúes también. Yo no creo que en muchos casos hubiera ahí una maduración real, como a lo mejor sí pudiera tener alguien de veintidós años de hoy. A lo mejor sí maduró en el sentido de que se tuvo que poner a trabajar antes, que espabiló en una serie de cuestiones laborales, o aprender a criar un niño a los veintipocos. Pero se saltaron muchas cosas que yo creo que hoy en día los jóvenes sí tienen.

Y es verdad que nosotros al final con nuestro modelo de ocio alargamos un poco lo que a otros puede parecer una infancia eterna: otras generaciones no entienden que a según que edades vayas a conciertos, a festivales, que veas películas de animación. Se ve como algo frívolo. Por eso les parece más infantilizado. O la nostalgia por los años ochenta, que es otra parte muy importante de esa experiencia generacional.

Esa es otra parte muy interesante del libro, de hecho: el análisis de la nostalgia y sus trampas. En Futurofobia también hablas mucho de opciones para combatir esa sensación de ausencia de futuro, que consiste básicamente en estar abierto a lo inesperado, a otras posibilidades que da la vida, sin ideas preconcebidas. ¿Crees que eso también es lo que te hace mantenerte un poco joven en la vida? ¿Estar abiertos a meter la pata y a equivocarnos? ¿La posibilidad de reinventarnos?

Yo creo que sí. Como toda acción crea reacción, toda la incertidumbre, la precariedad, las relaciones líquidas, genera un sentimiento de nostalgia hacia las relaciones fuertes, pero yo creo que en realidad no las echamos tanto de menos como pensamos. Si tuviésemos que vivir todos con ellas nos agobiaríamos.

Hay una mitificación de esa vida familiar desde muy temprano que luego ha creado mucha infelicidad también. Muchos relatos que a mí me hacen gracia de parejas que estuvieron toda la vida juntas, pero que luego cuando conoces la letra pequeña se odiaron toda la vida, o pasaron muchas cosas por ahí detrás. Hay una mitificación de eso como reacción a la insatisfacción. Vamos de un polo a otro. También adaptamos nuestro discurso individual a lo que mejor nos convenga en cada momento: adaptamos lo que pensamos a lo que estamos viviendo en ese instante.

Dices en el libro que la vida te ha ido llevando hasta donde estás ahora, pero que no lo habías planeado, más allá de que te gustaba escribir, y de que eras consciente de tu ingenio de cara a mirar y a orientar las historias. ¿Te has imaginado alguna vez cómo podría haber sido tu vida de no haber sido periodista?

Podría haber sido profesor, porque antes de entrar en El Confidencial estudié el máster de profesorado de secundaria. Podría haber terminado haciendo cine, podría haber sido guionista, que es una cosa que siempre he querido ser. Podría haberme quedado en Móstoles trabajando por ahí en algún colegio. Podría haber sido sociólogo, que mucha gente se piensa que soy sociólogo algunas veces por mis artículos. Yo no tengo ninguna formación en Sociología.

«Ser un destructor de universos continuo es agotador. El multiverso nos tranquiliza. Piensas: «En otro universo no me habría equivocado, en otro universo habría pasado otra cosa». Y todo está bien porque simplemente en este universo la cosa tiene que salir así, con lo cual también te descarga del peso de la culpa o de la responsabilidad»

Estas respuestas me sirven para retomar la idea del multiverso, que ahora está muy de moda, y que también se trata en tu libro. En el fondo no es tan nueva, porque muchas de las películas que hablan de él se basan en cómics que ya existían antes. O hasta en la poesía de Pessoa, con los heterónimos y las mil identidades posibles. ¿Por qué crees que ahora mismo el multiverso tiene tanto tirón? ¿Nos cuesta decidir o renunciar? ¿Nos reconforta? ¿Está vinculado a nuestro miedo a elegir y a equivocarnos?

Sí. Evidentemente hay una razón industrial, el otro día en la Superbowl salió el anuncio de The Flash, que anunciaba el regreso del Batman de Michael Keaton. Igual que pasaba en la última de Spider-Man, muy nostálgica. Pero también se vincula con la sensación de que ya no tienes que elegir, que todo está bien, que todo puede existir al mismo tiempo. Incluso en Todo a la vez en todas partes

Nominada al Oscar a mejor película, que el multiverso ya no es tema solo de Marvel.

Presenta un poco eso.

¿Tú crees que la idea del multiverso nos tranquiliza?

Yo creo que sí. Yo lo he pensado alguna vez. Y sí que me resulta tranquilizador en algunos sentidos: en este otro universo, Héctor estaría haciendo esto y está bien, y en este universo ocurre esto otro. Alguien decía que cada vez que tomas una elección eliminas un millón de universos posibles. Entonces, esa decisión de ser un destructor de universos continuo es muy agobiante. Al final te consuelas pensando que, con cada elección, no destruyes mil millón de universos, sino que creas mil millón de universos, es mucho más tranquilizador. Yo creo que por eso nos gusta.

Es también un poco eliminar el miedo a la muerte. En otro universo sigues vivo. Es como aquello de David Bowie no ha muerto, ha vuelto a su nave espacial. «En otro universo no me habría equivocado, en otro universo habría pasado otra cosa». Y todo está bien porque simplemente en este universo la cosa tiene que salir así, con lo cual también te descarga del peso de la culpa o de la responsabilidad. Pensamos en universos en los que nos va mejor, pero también en otros en los que nos puede ir peor para decirnos “bueno, tampoco nos va tan mal”.

En los momentos más duros, muchas veces la gente saca su mejor cara. En el libro nos recuerdas, de hecho, lo rápido que se olvida que durante la pandemia estuvimos más a la altura de las circunstancias de lo que nos pensamos.

Sí, todo este rollo de la serie de El colapso y la gente peleándose por la gasolina, y yo oía a personas decir «eso es exactamente lo que ha pasado.

Y era prácticamente lo opuesto.

No sé si has visto la serie El apagón, de Movistar +: comparada con El colapso, que es del 2020, es mucho más optimista, o por lo menos más esperanzada. Sí que en cada capítulo introduce por lo menos un elemento de esperanza, que se nota cómo ha habido un cambio a mejor desde la pandemia para replantearse ese pesimismo.

«De igual manera que no tiene sentido el optimista que siempre espera lo mejor, tampoco tiene razón el pesimista que piensa que solo va a ocurrir lo peor»

¿Qué consejo le darías a alguien para combatir el pesimismo o la futurofobia en el día a día? Para sentir que hay un poquito más de esperanza en el futuro.

Yo creo que desde que empecé a escribir el libro hasta ahora, posiblemente en este último año pospandémico, sí que ha habido un cambio de mentalidad en el que la gente no es tan ceniza como hasta ahora. La pandemia fue muy dura. Creo que, en el último año, sobre todo la gente joven, se ha movilizado mucho más, en movimientos contra el cambio climático, por ejemplo.

Al final se trata de analizar un poco por qué piensas las cosas que piensas y por qué crees las cosas que crees. Por qué das por hecho que las cosas van a ir a peor, por qué exactamente. Y que te pares a pensar que de todas esas cosas que a lo largo de tu vida has pensado que iban a ser terribles, la mayoría de ellas no han ocurrido, y posiblemente han ocurrido otras que no esperabas. De igual manera que no tiene sentido el optimista que siempre espera lo mejor, tampoco tiene razón el pesimista que solo piensa que va a ocurrir lo peor.

¿Consideras que el libro tiene un mensaje optimista?

Más que optimista es esperanzado. A lo mejor, de entre todas las posibilidades, pueda ocurrir la mejor, aunque no sea necesariamente la que suceda. Eso es la esperanza. Hay cambios que están en nuestras manos.

Sergio Diez